ÁTICOS EN JOSEP TARRADELLAS
El azar quiere vistas de pájaro
Me paré en un semáforo de Avenida Sarrià, de vuelta a casa, como cada día. El azar quiso que ese semáforo habitualmente en verde, estuviera en rojo. Qué caprichoso puede ser el destino. Un buen amigo que hacía años que no veía detuvo su moto justamente a mi lado. Le saludé con alegría y él me hizo el gesto de parar a un lado, para no estorbar a los demás conductores.
Se puso verde y todo el mundo arrancó con la prisa habitual de las grandes ciudades, yo todavía no era consciente que en ese instante empezaba a gestarse el primer proyecto AAA.
Tras los abrazos y primeras impresiones me dijo “pues mira, vengo de allá arriba” mientras me señalaba al cielo con su dedo índice. “Tengo unas oficinas muy viejas en la última planta de este edificio, y no sé que hacer con ellas.
Llevan 6 años en alquiler, también las tengo en venta, pero la cosa está muy mal” concluyó. Mi curiosidad hizo que los planes de comer en casa cambiaran. “Te invito a picar algo, nos ponemos al día y luego me lo enseñas?”. Una hora después mi amigo abría la puerta blindada de esa oficina de los años 60 de la planta 18. Lo primero que vi fueron placas de falso techo rotas en el suelo, de esas baratas como de corcho.
La luz era de fluorescentes que parpadeaban y apenas se mantenían encendidos. Qué mala pinta. Cuánto polvo y qué olor de humedad. Todavía había por el medio algún mueble de tipo “oficina bancaria” que hubiera sido mejor que nadie hubiera diseñado jamás.Pero algo me dejó paralizado: Los ventanales y las vistas. Se veía prácticamente hasta El Masnou por un lado, y hasta el aeropuerto desde el otro lado. Vistas parecidas a las que se observan desde la Carretera de las Aguas, pero en el centro de Barcelona. Mi amigo, imagino que más acostumbrado que yo a ver aquella maravilla, insistía en que viera la sala de al lado, los aseos y la zona donde estaba el antiguo RACK informático. Pero ya no me interesaba.
No podía dejar de mirar por la ventana y soñar que algún día mi casa tendría unas vistas como esas. Dos años más tarde, entendí que igual que el azar es tan caprichoso como para que el semáforo ese día estuviera en rojo y mi amigo se parase a mi lado, los sueños, si se persiguen y se luchan, se hacen realidad.