CORREU VELL
En las murallas está el refugio del bandido
Que tendrán las historias de bandidos que nos encantan a todos. En los años 80 Juan José Moreno Cuenca, más conocido como El Vaquilla, traía de cabeza a la Policía Nacional. En aquellos tiempos un niño de 9 años era el mayor experto en robar coches en la zona del Besòs.
Se hizo famoso por la espectacularidad de sus huidas, ya que conducía sentado encima de unos almohadones y con unos zancos en los pies para llegar a los pedales. Aun así, gracias a su destreza y habilidad al volante, se salvó de muchas detenciones, consiguiendo escapar en numerosas persecuciones. En una de sus hazañas delictivas, tras atracar un banco en el centro de Barcelona, salió a la carrera por las callejuelas del entonces algo deprimido barrio Gótico.
La Policía Nacional le pisaba los talones. Bajó corriendo por la cuesta hoy llamada Baixada de Viladecols, dejando a su izquierda la histórica muralla de Barcelona. Al llegar a la calle Correu Vell, giró a la derecha y encontró la portería de un viejo edificio abierta. Nervioso y asustado subió las escaleras hasta la planta más alta del edificio y se sentó en el rellano, sudoroso y con el pulso acelerado. “Ahí entonces yo abrí la puerta” me confesó Manolo.
Manolo es un hombre entrañable que vivió durante más de 40 años en el ático de este edificio, y en una de las tardes que pasamos juntos me explicó esta historia. “Abrí la puerta y vi un chaval gitano que no tenía más de 14 o 15 años de edad sentado en el rellano y con cara de susto”. Si conocierais a Manolo sabríais que él no iba a entregarle. “Me persigue la pasma” le dijo el chico. Manolo le invitó a entrar en su casa, y le hizo prometer al chaval que en cuanto se calmara la cosa, se iría. “Y júrame por la Virgen que no volverás a robar, le dije”. Manolo era tan buena persona como religioso. La policía entró en el edificio y la buena intención de Manolo salió al paso en la escalera: “Nada agente, todo tranquilo por aquí”. El Vaquilla se salvó de nuevo.
Agradeció a Manolo su generosidad y se fue. Pero no tardó en volver a robar, y acabó en la cárcel donde murió joven por enfermedades derivadas del abuso de las drogas. Manolo aun se pone serio cuando habla del tema: “Quizás debí entregarle, era solo un niño, pero un escarmiento a tiempo quizás le hubiera salvado de lo que vino después”. Hoy ese ático sigue en el mismo lugar, y sus renovados muros aun conservan el secreto de Manolo, un gran tipo.